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La televisión se salió de la caja y su poder para construir una realidad se diseminó en mil y una plataformas: videojuegos, redes sociales, páginas de Internet, campañas publicitarias, marketing viral. Cualquier producto o historia mediática es hoy un monstruo armado en simultáneo en cada una de esas plataformas. De Obama a Lost, los ejemplos de estos fenómenos son cada vez más y más importantes. Por eso, la figura de alguien como Henry Jenkins cobra relevancia: considerado el Marshall McLuhan del siglo XXI, este académico norteamericano se dedica a diseccionar la complejidad de este nuevo escenario que estaría moldeando el poder de los consumidores ante las empresas, de los ciudadanos ante los gobernantes y hasta de la sociedad ante sus propias formas de organización.
En su libro La cultura de la convergencia de los medios masivos (Paidós, 2006), considerado trascendental por muchos para entender el escenario cultural del momento, Henry Jenkins le dedica un capítulo al cruce entre política y fascinación digital. Entre los diversos casos que explora, menciona la experiencia de Joe Trippi, el coordinador de campaña del demócrata Howard Dean en las primarias del 2004, que pudo juntar más plata que nadie vía Internet e hizo uso provechoso de las reuniones multitudinarias online. Trippi volcó su experiencia en el libro The Revolution Will Not Be Televised. Jenkins se despega de esa visión simplista según la cual la política pasó de la plaza a la tele y ahora de la tele aterriza en la red de redes. De hecho, con la plata recaudada gracias al vínculo intimista con los usuarios de la red, Dean pagó pauta televisiva, así como sus analistas registraron que durante las entrevistas en la radio, el votante potencial se conectaba y depositaba una suma de dinero para la campaña. Esa es una convergencia: una combinación entre los nuevos y los viejos medios para potenciar y complementar lo que ocurre en la política, el entretenimiento y la cultura en general. De hecho, también podríamos hablar de convergencia de nuevas tecnologías e históricos ganchos melodramáticos para entender fenómenos como el de Susan Boyle o algunos videos inefables que se convierten en el boom de la web.
El libro de Jenkins fue contundente y predictivo: “Cuando lo escribí muchas de las prácticas que ahora consideramos dadas en cuanto a cultura participativa no estaban. Su argumento es que nos estamos adentrando en un mundo en el que toda historia va a ser contada en todas las plataformas de los medios y donde el público va a participar cada vez más, dándole forma a la producción y circulación de los medios”. Jenkins no llegó a incluir en su libro el caso de Obama, un personaje claramente enlistado en lo que él llama transmedia. Pero para este tipo de actualizaciones, tiene un blog en donde escribió, al calor de los resultados de 2008: “Obama fue un hombre para todas las plataformas en una campaña que estaba tan cómoda en YouTube o Second Life como en la televisión y, más importante, entendió el proceso político a través de la lente de la convergencia mediática, viendo nuevos y viejos medios, populares y corporativos trabajando mano a mano para darle forma a su imagen pública y los mensajes de la campaña. La campaña de Obama innovó (en el uso de contenido generado por los usuarios, redes sociales, tecnologías móviles y publicidad basada en los videojuegos) y fijó nuevos records (en el uso de la web para juntar dinero o buscar adherentes). Los medios digitales fueron centrales para sus elogiados esfuerzos alrededor de ‘Get out the vote’ (Salí a votar) y fundamentales para reunir votos jóvenes”.
Invitado al VI Foro Latinoamericano de Educación, organizado por la Fundación Santillana bajo el título de “Educación y nuevas tecnologías: los desafíos pedagógicos ante el mundo digital”, los temas de interés Henry Jenkins son variados pero, vaya, convergentes: comunicación, educación, ciudadanía. De hecho, dirige un muy interesante proyecto desde la Universidad de Southern California llamado New Media Literacy (alfabetización en nuevos medios) destinado a explorar y compartir cómo equipar a los individuos para que sean consumidores activos (o prosumidores) y aprovechen cívicamente las oportunidades que se abren con un click que lleva a otro y a otro: “El desafío es cómo poner esos medios en manos de gente que no tiene acceso a la tecnología. No sólo hay que darle las herramientas: entregar la tecnología no es suficiente, tenemos que alfabetizar, enseñar las habilidades necesarias para que todos puedan expresar sus voces”.
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En su libro La cultura de la convergencia de los medios masivos (Paidós, 2006), considerado trascendental por muchos para entender el escenario cultural del momento, Henry Jenkins le dedica un capítulo al cruce entre política y fascinación digital. Entre los diversos casos que explora, menciona la experiencia de Joe Trippi, el coordinador de campaña del demócrata Howard Dean en las primarias del 2004, que pudo juntar más plata que nadie vía Internet e hizo uso provechoso de las reuniones multitudinarias online. Trippi volcó su experiencia en el libro The Revolution Will Not Be Televised. Jenkins se despega de esa visión simplista según la cual la política pasó de la plaza a la tele y ahora de la tele aterriza en la red de redes. De hecho, con la plata recaudada gracias al vínculo intimista con los usuarios de la red, Dean pagó pauta televisiva, así como sus analistas registraron que durante las entrevistas en la radio, el votante potencial se conectaba y depositaba una suma de dinero para la campaña. Esa es una convergencia: una combinación entre los nuevos y los viejos medios para potenciar y complementar lo que ocurre en la política, el entretenimiento y la cultura en general. De hecho, también podríamos hablar de convergencia de nuevas tecnologías e históricos ganchos melodramáticos para entender fenómenos como el de Susan Boyle o algunos videos inefables que se convierten en el boom de la web.
El libro de Jenkins fue contundente y predictivo: “Cuando lo escribí muchas de las prácticas que ahora consideramos dadas en cuanto a cultura participativa no estaban. Su argumento es que nos estamos adentrando en un mundo en el que toda historia va a ser contada en todas las plataformas de los medios y donde el público va a participar cada vez más, dándole forma a la producción y circulación de los medios”. Jenkins no llegó a incluir en su libro el caso de Obama, un personaje claramente enlistado en lo que él llama transmedia. Pero para este tipo de actualizaciones, tiene un blog en donde escribió, al calor de los resultados de 2008: “Obama fue un hombre para todas las plataformas en una campaña que estaba tan cómoda en YouTube o Second Life como en la televisión y, más importante, entendió el proceso político a través de la lente de la convergencia mediática, viendo nuevos y viejos medios, populares y corporativos trabajando mano a mano para darle forma a su imagen pública y los mensajes de la campaña. La campaña de Obama innovó (en el uso de contenido generado por los usuarios, redes sociales, tecnologías móviles y publicidad basada en los videojuegos) y fijó nuevos records (en el uso de la web para juntar dinero o buscar adherentes). Los medios digitales fueron centrales para sus elogiados esfuerzos alrededor de ‘Get out the vote’ (Salí a votar) y fundamentales para reunir votos jóvenes”.
Invitado al VI Foro Latinoamericano de Educación, organizado por la Fundación Santillana bajo el título de “Educación y nuevas tecnologías: los desafíos pedagógicos ante el mundo digital”, los temas de interés Henry Jenkins son variados pero, vaya, convergentes: comunicación, educación, ciudadanía. De hecho, dirige un muy interesante proyecto desde la Universidad de Southern California llamado New Media Literacy (alfabetización en nuevos medios) destinado a explorar y compartir cómo equipar a los individuos para que sean consumidores activos (o prosumidores) y aprovechen cívicamente las oportunidades que se abren con un click que lleva a otro y a otro: “El desafío es cómo poner esos medios en manos de gente que no tiene acceso a la tecnología. No sólo hay que darle las herramientas: entregar la tecnología no es suficiente, tenemos que alfabetizar, enseñar las habilidades necesarias para que todos puedan expresar sus voces”.
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